La “Mano invisible” es un término económico muy conocido por casi todo el mundo, interesado o no en la economía, que se ha llegado a utilizar de tantas maneras y con tantas connotaciones (tanto positivas como negativas) que rara vez se llega a utilizar con el significado correcto que le proporcionó Adam Smith.
Como hemos dicho, este concepto tiene su origen (tal y como lo conocemos) en la obra del economista y filósofo escocés “Teoría de los sentimientos morales” (1759), donde menciona de forma muy breve el concepto de “mano invisible”.
Es en este extracto donde la menciona por primera vez.
“De nada le sirve al orgulloso e insensible terrateniente contemplar sus vastos campos y, sin pensar en las necesidades de sus semejantes, consumir imaginariamente él solo toda la cosecha que puedan rendir. Nunca como en su caso fue tan cierto el sencillo y vulgar proverbio según el cual los ojos son más grandes que el estómago. La capacidad de su estómago no guarda proporción alguna con la inmensidad de sus deseos, y no recibirá más que el del más modesto de los campesinos. Se verá obligado a distribuir el resto entre aquellos que con esmero preparan lo poco que él mismo consume, entre los que mantienen el palacio donde ese poco es consumido, entre los que le proveen y arreglan los diferentes oropeles y zarandajas empleados en la organización de la pompa. Todos ellos conseguirán así por su lujo y capricho una fracción de las cosas necesarias para la vida que en vano habrían esperado obtener de su humanidad o su justicia. El producto de la tierra mantiene en todos los tiempos prácticamente el número de habitantes que es capaz de mantener. Los ricos sólo seleccionan del conjunto lo que es más precioso y agradable. Ellos consumen apenas más que los pobres, y a pesar de su natural egoísmo y avaricia, aunque sólo buscan su propia conveniencia, aunque el único fin que se proponen es la satisfacción de sus propios vanos e insaciables deseos, dividen con los pobres el fruto de todas sus propiedades. Una mano invisible los conduce a realizar casi la misma distribución de las cosas necesarias para la vida que habría tenido lugar si la tierra hubiese sido dividida en porciones iguales entre todos sus habitantes, y así sin pretenderlo, sin saberlo, promueven el interés de la sociedad y aportan medios para la multiplicación de la especie.”
Sacada del contexto en el que está enmarcada esta cita puede llevar a confusión, pero lo realmente cierto es que Smith lo que decía con esta metáfora es que gracias al egoísmo personal de cada individuo es por lo que esas personas intercambian bienes y servicios que han producido previamente para así satisfacer sus muy distintas necesidades, y es de esta manera como una sociedad se va enriqueciendo de forma gradual y se va haciendo más próspera.
En “La riqueza de las naciones” Smith vuelve a hablarnos de la “mano invisible” y en esta ocasión queda mucho más claro su significado.
Dice así:
“El ingreso anual de cualquier sociedad es siempre exactamente igual al valor de cambio del producto anual total de su actividad, o más bien es precisamente lo mismo que ese valor de cambio. En la medida en que todo individuo procura en lo posible invertir su capital en la actividad nacional y orientar esa actividad para que su producción alcance el máximo valor, todo individuo necesariamente trabaja para hacer que el ingreso anual de la sociedad sea el máximo posible. Es verdad que por regla general él ni intenta promover el interés general ni sabe en qué medida lo está promoviendo. Al preferir dedicarse a la actividad nacional más que a la extranjera él sólo persigue su propia seguridad; y al orientar esa actividad de manera de producir un valor máximo él busca sólo su propio beneficio, pero en este caso como en otros una mano invisible lo conduce a promover un objetivo que no entraba en sus propósitos. El que sea así no es necesariamente malo para la sociedad. Al perseguir su propio interés frecuentemente fomentará el de la sociedad mucho más eficazmente que si de hecho intentase fomentarlo. Nunca he visto muchas cosas buenas hechas por los que pretenden actuar en bien del pueblo”
Aquí ya vemos como nos dice que a pesar del egoísmo personal del individuo de buscar su propio beneficio, este individuo acaba siendo parte de un objetivo final que trae el beneficio a la comunidad.
Veámoslo con un ejemplo:
Es decir, ¿por qué el agricultor siembra pepinos, tomates o pimientos?, ¿es porque al agricultor le gusta trabajar la tierra?, ¿disfruta el agricultor repartiendo los frutos de su trabajo con sus convecinos?, lo que mueve realmente al agricultor es su egoísmo personal para poder, con esas hortalizas que produce, intercambiarlas por dinero con aquellos consumidores interesados y a su vez con ese dinero comprará aquellos bienes o servicios para satisfacer sus necesidades. De la misma manera aquellos consumidores de hortalizas deberán producir bienes o servicios que demanden los demás usuarios para así poder satisfacer sus necesidades.
Como ningún individuo es capaz de producir todos aquellos bienes y servicios que necesita para poder desarrollar su proyecto vital, es por lo que esos individuos se especializan en producir los bienes y servicios que mejor saben producir para así conseguir el mayor beneficio propio posible. Estos bienes y servicios producidos, lógicamente, tienen que ser bienes y servicios que sean demandados por el resto de consumidores, de nada vale especializarse en un bien o servicio que nadie quiere consumir. Esto no es otra cosa que la “división del trabajo”.
“Yo me especializo en producir los bienes o servicios que tú deseas y tú te especializas en producir aquellos bienes o servicios que yo deseo”.
Con lo cual, la “mano invisible” no es un dogma ni una ley absoluta que rija el mercado, es más bien un marco que establece como funciona una sociedad, de modo que “todos deberemos ofrecer a los demás algo nuestro que los demás quieran si nosotros queremos algo de los demás que lo demás están dispuestos a intercambiar”.
Una de las críticas más importantes que se han realizado hacia el concepto de Smith, es la del Nobel de Economía Joseph Stiglitz, que centra fundamentalmente su crítica en la asimetría de información en los mercados y en cómo esta asimetría provoca que no se asignen todos los recursos de forma eficiente. Esto le lleva a decir que la mano invisible no es que sea invisible, es que no existe.
Evidentemente una asignación perfecta de los recursos es muy complicada de alcanzar, básicamente porque los seres humanos somos seres imperfectos, pero esta asimetría de información de la que nos habla Stiglitz también viene provocada por la intervención del Estado.
A través de la alteración constante de los intercambios libres entre individuos mediante regulaciones, impuestos, concesiones a empresas, etc, el Estado está alterando ese flujo de información que en ausencia de un Estado no se daría con tal magnitud, y si se diera tendería rápidamente a corregirse.
Sin embargo, aunque la crítica de Stiglitz está bien argumentada no se adecua a lo que quería decir Adam Smith con esa metáfora, Smith nunca dijo que la “mano invisible” realizara una asignación de recursos perfecta, que ahí sí habría tenido sentido la crítica del Nobel de Economía, sino que la libre interacción entre individuos buscando sus propios fines, teniendo que satisfacer las necesidades de otros para poder satisfacer sus propias necesidades, es como se lograba un mayor beneficio para el conjunto de la sociedad.
Por tanto, este concepto es más bien una metáfora que sirve de guía para explicar cómo se relacionan los distintos agentes en la economía. Obviamente este concepto de Adam Smith se remonta al año 1776, con lo que resultaría ridículo querer adaptarlo por completo a las circunstancias de hoy en día, por mucho que existan similitudes con las de aquella época. Es por ello por lo que insistimos en que es más bien un marco que sirve de guía y no es una ley ni una norma.
Una respuesta a “¿Qué es realmente la «Mano invisible» de Adam Smith?”
[…] que esta teoría económica está bastante relacionada con las posturas de Adam Smith y con su “Mano invisible” que ya expliqué hace unos […]
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