¿Cuántas veces habremos escuchado en medios de comunicación a políticos atribuirse el hecho de que haya más o menos creación de empleo (cuando es menor la creación o se destruye empleo cierran filas) en un país y que eso demuestra que están haciendo una labor magnífica?
Pues bien, la realidad es que los políticos no crean ni un sólo puesto de trabajo y voy a explicar el porqué.
Cuando un político o su partido crean, por ejemplo, una nueva Administración o Departamento estatal, sufragan ese gasto con el dinero de todos los contribuyentes, un dinero que se les ha confiscado a los ciudadanos por la vía de los impuestos.
Incluso si el Estado diera una subvención a una empresa para que así creara nuevos puestos de trabajo o para que no despidiera a sus actuales trabajadores debido a una mala situación económica de la empresa, también estarían siendo los propios ciudadanos los que se estarían convirtiendo en «accionistas forzosos» de esa empresa. Eso si, se convierten en accionistas para socializar las pérdidas, pero sin socializar los beneficios.
En esta situación que hemos comentado se estaría ilustrando como un Estado puede ( y de hecho lo hace) privilegiar a unas determinadas empresas forzando a los ciudadanos a pagar los costes, esto por supuesto va en contra del libre mercado y del liberalismo y se podría calificar más bien como «capitalismo de amiguetes».
¿Cómo se crea entonces la riqueza en un país?
La riqueza de un país la crean cada día millones de empresarios y trabajadores mediante su actividad laboral, son ellos los que aportando cada uno su grano de arena consiguen crear la riqueza que permite que una zona o región prospere y que sea lo menos pobre posible.
Si simplificamos lo que es más complejo podemos decir lo siguiente:
Por un lado, el capitalista o empresario aporta capital, que este capital aporta tiempo ya que para acumular dicho capital ha tenido que previamente ahorrar y reducir el consumo durante un largo periodo y por otra parte aporta el riesgo ya que es el empresario el que asume con su dinero el éxito o fracaso de su negocio. Por la otra parte nos encontramos a los trabajadores, que son los que a través de sus cualidades profesionales y humanas, su conocimiento, su cualificación y su esfuerzo los que aportan el trabajo necesario para poder desarrollar con éxito la actividad empresarial.
Por tanto, son trabajadores y empresarios (cada uno con su aportación) los responsables de que se pueda sustentar el Estado del Bienestar del que presumen tanto los políticos.
La única atribución que podemos concederle a los políticos es la de gestionar ese dinero, pero para poder gestionarlo previamente han tenido que crearlo los actores principales ya mencionados.
Por mucho que los políticos se atribuyan este logro no deja de ser una mentira repetida hasta la saciedad, y por tanto conviene recordarlo cada vez que sea necesario.
Es por esto que lo que sí debería hacer la clase política es reducir el número de trabas y de regulaciones que convierten el tener un negocio o crear una empresa en una auténtica pesadilla.
Un país que quiera prosperar y tener unos buenos servicios no puede permitirse el lujo de desincentivar la iniciativa empresarial, tampoco digo con esto que haya que privilegiarla de ninguna de las maneras, si la «empresa X» proporciona un buen servicio a sus clientes y ellos los eligen mediante su «voto» (comprar el bien o servicio de esa empresa) pues fenomenal, pero si tienen la mala fortuna de no conseguir satisfacer las necesidades y deseos de los consumidores y quiebran eso no significa que esa empresa tenga que ser rescatada.
El capitalismo se basa en privatizar beneficios y privatizar las pérdidas, no en privatizar los beneficios y socializar las pérdidas. Por lo que si una empresa tiene éxito conseguirá un mayor beneficio y si fracasa obtendrá pérdidas que tendrá que asumir.
Cada día se abren y se cierran numerosos negocios, es algo natural, una empresa se crea y otra desaparece en función de hasta que punto los consumidores sigan viendo como valioso el servicio que les proporcionan, lo único que tienen que hacer los políticos es no poner palos en las ruedas de los empresarios y trabajadores con regulaciones absurdas y disfuncionales.
Crear una empresa y que esta consiga sobrevivir en un mercado tan competitivo es un logro extraordinario y de una complejidad que sólo los que son y han sido empresarios deben saber, por lo que parece contraproducente entorpecer de forma absurda y artificial lo que es ya una tarea complicada.
Por tanto, en lugar de frenar el crecimiento económico lo que hay que hacer es dar mucha más libertad económica y mucha más libertad para los protagonistas de esta historia.