¿Es propenso el ciudadano corriente a sufrir el síndrome de Estocolmo?


¿Es posible que los ciudadanos estén sufriendo una especie de «síndrome de Estocolmo» para con el Estado?

Esta es la pregunta que el filósofo Michael Huemer se plantea en «El problema de la autoridad política», en el capítulo 6.6, que expondré en el siguiente artículo.

El síndrome de Estocolmo fue nombrado de esta manera tras un suceso que se produció en Estocolmo en 1973. Una pareja de ladrones de bancos secuestró durante seis días a cuatro empleados de una sucursal a los que tenía como rehenes. Durante estos días, los secuestrados crearon vínculos afectivos con sus captores hasta el punto de ponerse de su parte contra la policía y de no querer ser liberados. Incluso en un momento de todo aquel suceso uno de los rehenes aseguró que los secuestradores les estaban defendiendo de la policía. En el último día del secuestro, y cuando la policía recurrió a los gases lacrimógenos para hacer salir a todo el mundo, los secuestrados se negaron a abandonar el local sin sus secuestradores, con miedo de que estos últimos fueran abatidos al salir sin ellos. Una vez acabó el secuestro, las víctimas continuaron defendiendo a los secuestradores. Desde entonces, la expresión «síndrome de Estocolmo» se utiliza para caracterizar los vínculos emocionales que ocasionalmente se establecen entre rehenes y captores.

Podemos encontrar más ejemplos de este tipo en el caso de Patricia Hearst, secuestrada por un grupo terrorista al que posteriormente se unió, o en el de Jaycee Lee Dugard, una chica secuestrada a los 11 años por un expresidiario que la violó y la mantuvo prisionera durante años. A sus 18 años había tenido dos hijos con Garrido (expresidiario) y a pesar de haber tenido numerosísimas ocasiones para escapar, nunca lo hizo, no sólo esto sino que actuaba como si fuera la mujer de Garrido y trabajaba con este en el negocio familiar.

Hay cuatro factores que se consideran potenciales detonantes del síndrome de Estocolmo, a saber:

  1. El captor representa una amenaza muy creíble para la vida del prisionero.
  2. La víctima atisba ciertos signos de amabilidad por parte del captor. Estos signos de «amabilidad» son básicamente una cierta suavización de la violencia o el simple hecho de no acabar con su vida. Para ejemplo, en el secuestro de Estocolmo uno de los captores amenazó con disparar a uno de los prisioneros en la pierna para que la policía se tomara en serio el asalto y sus demandas, aunque no acabó disparando. La posible víctima interpretó como un gesto amable el hecho de que el captor sólo hubiera planteado herirlo en la pierna en lugar de matarle.
  3. La víctima está aislada del mundo exterior y todo le llega filtrado por las opiniones del secuestrador.
  4. La víctima se ve sin la posibilidad de escapar.

Sometidos a este tipo de condiciones, los rehenes son proclives a adoptar comportamientos que observadores externos encuentran desconcertantes, tales como:

  • Vinculación afectiva con los secuestradores.
  • Lealtadad hacia los captores. Que puede prolongarse mucho después de haber sido liberados.
  • Adopción de las opiniones y creencias de los secuestradores.
  • Percepción de los secuestradores como defensores, y de la ayuda externa que trabaja por la liberación como una amenaza.
  • Incapacidad para aprovechar las oportunidades de huida.
  • Sentimiento de gratitud hacia los carceleros ante cualquier insignificante gesto de amabilidad y ante la ausencia de maltrato físico. Frecuente sentimiento de deber la vida a sus secuestradores.
  • Tendencia a no querer ver o racionalizar los actos violentos cometidos por los captores.
  • Desarrollo de una receptividad exacerbada hacia los deseos y necesidades de los secuestradores.
  • Se ha sugerido asimismo la idea de que las víctimas retornan a un estadio infantil, en el cual el secuestrador asume el papel de figura paterna.

¿Por qué se produce el síndrome de Estocolmo?

Este es un fenómeno que ha merecido poco estudio académico, en parte porque no es un tipo de situación que los psicólogos puedan recrear en un laboratorio, así que todas las teorías son puramente especulativas. A pesar de esto, una explicación verosímil describe el síndrome como un mecanismo defensivo de forma inconsciente. Cuando una persona se encuentra a merced de un invididuo peligroso, la mera supervivencia puede depender del desarrollo de cualidades que sean del agrado de éste, entre las cuales se incluyen la dependencia sumisa y los sentimientos de simpatía y apego hacia el agresor. Las víctimas ni desarrollan esas conductas de forma consciente ni se limitan a fingir que las adoptan. Sencillamente, estos sentimientos e inclinaciones brotan en ellos de forma espontánea. Si fuera así, parecería funcionar, como se observó en el secuestro de Estocolmo, donde uno de los ladrones declaró que fue incapaz de asesinar a ninguno de los rehenes por culpa de los lazos afectivos que se habían establecido.

Se pueden alegar razones evolutivas para justificar un mecanismo de defensa como éste: ha sido habitual, a lo largo de la historia de nuestra especie, que una persona o grupo de personas sometan a otras. Quienes no eran del agrado de esa persona o del grupo de personas que detentaba el poder podían muy bien terminar siendo malparados (o directamente muertos) a causa de su comportamiento. Quienes, por el contrario, adulen a los déspotas tendrán más probabilidades de salir con vida y prosperar a la sombra del poder. Parece creíble pensar que comportamientos semejantes a los exhibidos por quienes sufren síndrome de Estocolmo van a complacer a quienes detenten el poder. De este modo, la evolución habría seleccionado a quienes muestren una tendencia mayor a adoptar esos comportamientos cuando las circunstancias así lo exijan.

¿Cuándo se produce el síndrome de Estocolmo?

En vista a lo expuesto, podemos suponer que el síndrome de Estocolmo tiene más probabilidad de aparecer cuando se dan una serie de condiciones, entre las cuales se incluyen las siguientes:

  1. El agresor representa una amenaza seria y real para la víctima. Es esta la situación que desencadena la necesidad de emplear algún tipo de mecanismo defensivo. El síndrome de Estocolmo entraña una alteración radical de las opiniones de la víctima que puede acarrear consecuencias graves; por ejemplo, podría terminar involucrándose en los proyectos terroristas de su agresor. Por ende, habrá que prever transformaciones de este tipo únicamente cuando la amenaza enfrentada sea suficientemente seria.
  2. La víctima siente que no tiene escapatoria. Las que consiguieron escapar vieron preferible esa alternativa a la de establecer una vinculación emocional con su agresor.
  3. La víctima es incapaz de imponerse físicamente a su agresor o defenderse de él. De contar con la posibilidad, neutralizar al agresor sería preferible a relacionarse con él.
  4. La víctima advierte algún rasgo de bondad por parte de su agresor aunque no vaya más allá de la ausencia de maltrato físico. Es en esta situación cuando la estrategia de establecer vínculos con el agresor puede prosperar, ya que los secuestradores que exhiban una conducta netamente violenta es difícil que vayan a mostrar una mejor disposición hacia el cautivo sólo porque éste haya llegado a sentir cierta simpatía con ellos.
  5. La víctima se encuentra aislada del mundo exterior. Cuando un individuo o un grupo son hechos prisioneros, normalmente ocurrirá que quienes observen la situación desde el exterior evaluarán el comportamiento de los captores en términos muy negativos y así lo expresarán cuando tengan ocasión de entablar comunicación con las víctimas. El síndrome de Estocolmo, pues, será más propenso a desencadenarse en ausencia de influencias de ese tipo, que compensan la situación detonante.

Si bien la calificación «síndrome de Estocolmo» comenzó a aplicarse a circunstancias que involucraban secuestros o toma de herenes, las condiciones anteriores cumplen con otros diversos casos, y en cualquiera de ellos podemos contar con que ocurrirá un fenómeno parecido: la víctima se identificará con su agresor.

Cuanto más patente y plenamente se atenga la situación a las condiciones anteriores, más propensa será a provocar la identificación. En consecuencia, aparecen síntomas propios del síndrome de Estocolmo en una variada diversidad de grupos humanos, entre los que se encuentran los prisioneros de los campos de concentración, los miembros de sectas, los civiles reclusos en prisiones comunistas chinas, las prostitutas bajo el control de un proxeneta, las víctimas de un incesto, las mujeres maltratadas, los prisioneros de guerra y las víctimas de malos tratos en la infancia.

¿Es propenso el ciudadano corriente a sufrir síndrome de Estocolmo?

Piense en las cinco condiciones anteriores:

  1. El agresor representa una amenaza seria y real para la víctima. Todos los Estados modernos controlan la vida de la población mediante amenazas de violencia. En algunos casos disponen de una capacidad coactiva formidable. Por ejemplo, Estados Unidos dispone de armamento suficiente como para acabar con todos los habitantes del planeta. A menor escala, los Estados disponen de instalaciones y recursos para mantener recluidos a ciudadanos durante largos periodos de tiempo, y recurren a ellos con absoluta normalidad. Del mismo modo, cuentan con formidables medios para administrar la violencia física a quienes opongan resistencia a la detención. Esa violencia puede llegar a ser letal.
  2. La víctima siente que no tiene escapatoria. Eludir el alcance del Estado suele ser difícil y acarrea muy serio coste, habitualmente separarse de la familia y de los amigos, del trabajo y del resto de la sociedad. Incluso quienes están dispuestos a pagar ese precio suelen terminar encontrándose sometidos a un Estado distinto. Escapar de la acción del Estado resulta imposible en la práctica.
  3. La víctima es incapaz de imponerse físicamente a su agresor o defenderse de él. Para el individuo, la posibilidad de defenderse de las acciones que contra ellos ejerza la inmensa mayoría de los Estados actuales es, en la práctica, inexistente. Y ni pensar siquiera en la posibilidad de imponerse a ellos.
  4. La víctima advierte algún rasgo de bondad por parte de su agresor aunque no vaya más allá de la ausencia de maltrato físico. La mayoría de ciudadanos considera a sus Estados como organizaciones benefactoras si se tienen en cuenta los servicios sociales que proporcionan. Los hay que incluso aprecian bondad en su propio Estado, ya que no abusa de su poder tanto como lo han hecho la mayor parte de los otros a lo largo de la historia.
  5. La víctima se encuentra aislada del mundo exterior. En lo que respecta a los ciudadanos de las naciones-Estado de la actualidad, podemos suponer que «el exterior» está constituido por el resto de países. La mayoría de ellos (y en especial los ciudadanos de las democracias liberales más avanzadas) tiene acceso a fuentes de información foráneas si acaso desea consultarlas. No obstante, existen al menos dos motivos que hacen que este hecho pueda no servir de obstáculo al desarrollo del síndrome de Estocolmo. En primer lugar, que el uso que se hace de dichas fuentes es limitado, porque la gran mayoría de la gente obtiene la mayor parte de su información de fuentes domésticas. En segundo lugar, que las fuentes del extranjero se encuentran en una situación similar. Es más o menos como si las únicas fuentes de «opiniones exteriores» de los rehenes fueran los rehenes y secuestradores de otras naciones. Así las cosas, no queda nada claro por qué disponer de otros puntos de vista vaya a retrasar la aparición del síndrome de Estocolmo.

Las causas detonantes del síndrome de Estocolmo, pues, están suficientemente presentes en el caso de los ciudadanos de los Estados actuales. No es de extrañar, por tanto, dar con ciudadanos con inclinación a identificarse con su Estado, a adoptar sus puntos de vista y a establecer vínculos sentimentales con él (que a menudo suelen ser calificados como «patriotismo»). De igual modo que las víctimas del síndrome de Estocolmo suelen rechazar o minimizar la violencia inherente a sus acciones, muchos ciudadanos rechazan o minimizan la coacción que el Estado ejerce sobre ellos. La práctica totalidad de los teóricos que llegan siquiera a reflexionar sobre el asunto coincide en que el Estado es una organización coactiva, si bien es cierto que cuando estos académicos debaten sobre asuntos de política es raro que aborden el asunto de la justificación de la violencia como mecanismo de imposición de normas de conducta.

Y no se trata de que consideremos, en general, que la coacción es un asunto poco importante desde un punto de vista moral; si estuviésemos analizando las decisiones de algún agente privado, entonces el problema de la justificación de la violencia pasaría a ocupar el primer plano. Sin embargo, la importancia moral de la coacción ( o su mera existencia) se difumina cuando el agente implicado es el Estado. Las actitudes condescendientes pueden ir más allá, hasta incluir una aprobación integral de la idea de que el Estado ofrece de sí mismo como la única organización investida del poder para forzar la obediencia y cualificada para producir obligación moral por el simple hecho de emitir órdenes. Dadas las características del síndrome de Estocolmo, la legitimidad del poder tiende a la autoafirmación: tan pronto como se ve mínimamente afianzado, el poder pasa a ser contemplado como autoridad.

Quienes dan por buena la legitimidad estatal pueden encontrar difícil de aceptar la idea de estar padeciendo algo como el síndrome de Estocolmo, ya que ese concepto suele asociarse a circunstancias en las cuales el comportamiento del agresor merece censura social: secuestradores, ladrones de bancos, violencia en la pareja, etc. Todos esos comportamientos violentos son algo malo, pero la mayoría piensa que el Estado es algo bueno, así que la idea del síndrome de Estocolmo no puede servir para calificar las impresiones que el Estado provoca en nosotros, ¿no?

Si bien es cierto que esa reacción podría ser un síntoma de estar padeciendo el síndrome, por fortuna no necesitamos resolver la cuestión de si el Estado es algo bueno o de si su violencia está justificada para determinar si la idea del síndrome de Estocolmo es aplicable a este caso. Los motivos que actúan en la génesis del síndrome (que fueron identificados anteriormente), así como los síntomas enumerados también antes, son circunstancias objetivas, independientemente de cualquier valoración moral; la maldad del agresor o lo justificado de su comportamiento no se cuentan entre esos síntomas ni entre esas causas. Y el hecho de que los ciudadanos de los Estados modernos suelan encontrarse sujetos a esas circunstancias objetivas es algo que puede comprobarse independientemente del hecho de si la existencia del Estado es o no justificado.

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