La economía no es un juego de suma cero.


Seguro que el lector ha leido o escuchado alguna de estas frases en algún momento: «Hay pobres porque hay ricos», «si uno gana es porque otro está perdiendo», «con el capitalismo sólo ganan unos pocos a costa de que pierdan otros muchos», etc.

Este tipo de tópicos están muy extendidos entre una buena parte de la izquierda (y no sólo en la izquierda) y denotan una falta de comprensión en la formación de riqueza en los procesos productivos.

Todas estas afirmaciones vienen a decir que la riqueza ya está dada y que ni se crea ni se destruye, es decir, que no aumenta o disminuye la riqueza sino que simplemente va cambiando de manos, de pobres a ricos. Esto tendría sentido si viviésemos aún en cuevas y los «más ricos» tuviesen las mejores cuevas, las mejores pieles, las mejores lanzas, etc, y los más pobres tuviesen las peores cuevas, las peores pieles y las peores lanzas, pero no es el caso.

Se suele hacer una comparación de la riqueza con una tarta, si la riqueza aumenta la tarta se verá incrementada y si se destruye riqueza la tarta se hará más pequeña. Aunque esta comparación no me parece mala sino que me parece bastante comprensible, la economista María Blanco lo explicaba muy bien en una entrevista que le realicé el pasado Junio de 2020, aquí podemos verlo:

Como muy bien explica María, en términos de flujos podemos visualizar cómo si se favorecen (o se permiten, al menos) una serie de medidas la riqueza se incrementará, mientras que si se penaliza la creación de riqueza a través de impuestos o regulaciones dañinas, esta se verá menguada.

La riqueza, en función de si se genera más o menos valor para la sociedad irá en aumento o disminuirá, si empresarios y trabajadores crean bienes y servicios que proporcionen una mayor satisfacción a los consumidores, la riqueza aumentará. También es importante destacar que son necesarias una serie de instituciones (no estatales) para favorecer un clima capitalista. Por ejemplo, no es lo mismo crear riqueza en un marco institucional como el estadounidense o el británico que hacer lo propio en el marco institucional de Venezuela o Haiti.

Dos gráficos nos bastarán para comprobar que la riqueza no está dada:

En este primer gráfico, podemos ver como la población mundial que vive en la pobreza extrema ha pasado de representar a la inmensa mayoría de la humanidad a ser algo muy inferior en relación a la gente que no vive en pobreza extrema. En 1820, de las algo más de 1.000 millones de personas que habitaban el planeta, el 89% de la población vivía en pobreza extrema, en el año 2015 de las 7.350 millones de personas que habitaban el planeta, 6.620 millones vivían fuera de la pobreza extrema, siendo el porcentaje de población que vivía en situación de pobreza extrema del 9% (733 millones de personas).

Y no sólo esto sino que en el año 2018 el número de personas viviendo en situación de extrema pobreza era de 650 millones de personas y descendiendo (según estimaciones se espera reducir la cifra hasta las 500 millones en 2030).

Según la «teoría» que nos dice que la economía es un juego de suma cero, como si del casino se tratase, esto no podría estar ocurriendo, el número de pobres tendría que ser muy superior al que es hoy, y también tendría que haber muchísimos más ricos de los que hay hoy.

Este segundo gráfico nos muestra la evolución de la distribución de los ingresos mundiales desde el año 1820 hasta el año 2000.

La conclusión es demoledora, mientras que en el siglo XIX la mayor parte de la población vivía en la miseria, el crecimiento económico progresivo ha hecho que hoy en día mucha más gente haya salido de la pobreza extrema y que también mucha más gente sea más rica que hace dos siglos. Sucesos como la Primera Guerra Mundial o la Segunda Guerra Mundial supusieron una destrucción importante de riqueza, no obstante a pesar de esto se ha mejorado en comparación con varios siglos atrás.

Con lo cual, vemos que la riqueza se puede crear y hacer crecer, igual que se puede destruir de muy diversas formas, ya sea a través de guerras, de malas inversiones, de elevados impuestos, de sobre-regulaciones y regulaciones dañinas, etc.

Existe otra cuestión, que alguna vez he tenido la ocasión de leer y escuchar, y es la de que las empresas ganan dinero a costa de los consumidores, puesto que estos últimos dan dinero a las empresas y estas se enriquecen mientras que los consumidores se empobrecen. Esto tendría sentido si las empresas no dieran nada a cambio de ese dinero, pero no es el caso, las empresas ofrecen bienes y servicios que los consumidores valoran más que el dinero que tienen, de ahí que se produzcan estos intercambios. Unos intercambios que son perfectamente voluntarios, a diferencia de los servicios que «presta» el Estado que son financiados coactivamente, y que no suponen ningún tipo de problema.

Si para algo los trabajadores producen bienes y servicios es para poder intercambiarlos por otros bienes y servicios que producen otros trabajadores. Como decía Say:

“El hombre que dedica su trabajo a crear objetos valiosos que proporcionen utilidad de algún tipo no puede esperar que ese valor sea apreciado y pagado por otras personas, a menos que esas otras personas cuenten con los medios para adquirirlos. Pero ¿en qué consisten estos medios?. En otros productos valiosos, como lo son los frutos de la industria, del capital y de la tierra. Lo que nos lleva a una conclusión que puede resultar paradójica: Es la producción la que posibilita la demanda de otros productos.”

Dicho de otra manera, los trabajadores producen bienes y servicios para obtener un beneficio (salario), y con ese beneficio esperan adquirir otros bienes y servicios producidos por otros trabajadores. Dado que es prácticamente imposible que una persona se especialice en todos los trabajos habidos y por haber, es necesario que haya una especialización en cada trabajo (división del trabajo). La «ley de Say» fue explicada aquí.

Por tanto, esta crítica no tiene mucho sentido, si los consumidores no valoraran los bienes y servicios que les ofrecen las empresas simplemente no los consumirían.

En resumidas cuentas, si fuera cierto que la economía es un juego de suma cero aún viviríamos en cuevas y los «más ricos» tendrían las mejores pieles y las mejores lanzas, mientras que los más pobres tendrían las peores lanzas y pieles. Pero afortunadamente la riqueza puede aumentar y disminuir.

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