La fuerza de lo estético en política.


La estética es algo que puede decirnos muchas cosas de la persona o cosa que estamos viendo. En el caso de una persona, la vestimenta, el peinado o los accesorios que lleva esa persona pueden darnos pistas de cómo es su personalidad, cuáles son sus gustos, etc. Parece obvio que no nos despertará las mismas sensaciones una persona vestida en bañador que una vestida con traje.

De la misma manera, un edificio, una pintura o un automóvil (la lista sigue) no nos moverá las mismas sensaciones en nuestro interior, no será lo mismo visitar el estadio Santiago Bernabéu que visitar una biblioteca municipal.

Esto es algo de lo que, naturalmente, se aprovecha la política. En este artículo expondremos la tesis de un filósofo libertario, Michael Huemer, en su libro «El problema de la autoridad política», un libro del cual ya hemos mencionado aquí varias cuestiones, como el «Síndrome de Estocolmo» para con el Estado.

En este sentido, Huemer se centra principalmente en los símbolos, quizás en otro artículo escribiremos sobre otras cuestiones como los rituales o el lenguaje.

¿Cómo afecta la estética a la política?

La fuerza de lo estético en la política:

Los estados modernos recurren a un amplio arsenal de pertrechos que apelan a lo irracional —entre los que se encuentran símbolos, ceremonias, relatos históricos y retórica— para mover a los ciudadanos a sentir su poder y autoridad.

Se trata esta de una impresión que invoca a lo estético y emotivo, no a lo racional, y parece verosímil que pueda llegar a afectar a nuestras convicciones conscientes a través de nuestras intuiciones.

Símbolos:

Todas las naciones del mundo tienen bandera, y la mayoría, himnos. Los estados engalanan sus monedas con gran variedad símbolos —por ejemplo, en Estados Unidos, el billete de un dólar muestra la imagen de George Washington, y lleva estampado los sellos del departamento del tesoro y de la nación— y levantan monumentos y estatuas a las personalidades y a los acontecimientos históricos.

¿Qué función cumplen todos estos símbolos? ¿Acaso no puede suministrarse la misma información de una forma estrictamente racional y estéticamente neutra?

En lugar del gran sello de los Estados Unidos, bastaría con la frase «Moneda de los Estados Unidos». En lugar de mostrar la enseña nacional, bastaría con que, en los edificios del estado, se leyera la frase «Edificio propiedad del gobierno de los Estados Unidos»

En lugar de los monumentos, podrían ponerse a disposición de todo el mundo manuales que expusieran desapasionadamente los acontecimientos históricos que tuvieron lugar. ¿Por qué son menos convenientes estas alternativas que las representaciones a las que se recurre en la práctica?

Porque los símbolos sirven al propósito de apelar a la emotividad popular y despertar así un sentimiento de identidad nacional. También los uniformes son un tipo de símbolo, empleado en este caso para ataviar a los funcionarios del estado.

La policía viste uniformes y ostenta insignias. Los jueces se ponen togas negras. Los soldados van uniformados y muestran los galones y distintivos de su empleo. En todos estos casos se trata de manifestar exteriormente la posición que ocupa el agente en la jerarquía de autoridad estatal. Porque no basta con que el empleado porte un pequeño rótulo que anuncie su puesto: «juez», «agente de policía», «capitán»… Un marbete como ese meramente transmitiría la información, pero no aportaría el contenido conmovedor o estético que esos atuendos tan particulares de hecho difunden. La toga del juez encauza los sentimientos del observador de un modo muy específico para provocar respeto y sensación de autoridad hacia quien la lleva puesta.

Los psicólogos han comprobado que el mero uso de un uniforme, incluso el de un uniforme inventado que no corresponde a ningún cuerpo real— intensifica la respuesta obediente hacia su portador. También la arquitectura puede ser utilizada para transmitir ideas de dominio y autoridad. Esta foto muestra el edificio del capitolio del estado de Colorado.

Un ejemplo característico del capitolio con que nos vamos a encontrar habitualmente en los Estados Unidos. Está levantado según un estilo clasicista, con una portada sustentada por gruesas columnas de piedra que no tienen ningún valor estructural; están ahí únicamente para producir un efecto estético y emotivo. Con toda probabilidad, se trata del deseo de dar al edificio una apariencia sólida y tradicional que permita vincularlo con la solidez y tradición de la institución estatal.

Delante del edificio se yergue la estatua de un soldado para evocar en los visitantes la memoria de todos los que dieron su vida luchando por la patria. El edificio está flanqueado a ambos lados por cañones (fuera de servicio) que simbolizan el poderío militar del estado.

Se encuentra situado en lo alto de una colina para que los visitantes lo contemplen desde abajo al aproximarse a él y tengan que ascender varios tramos de escalera hasta alcanzar la puerta. Las dimensiones del hueco de las puertas son mucho mayores de lo que sería necesario y una vez en el interior, el visitante contemplará sobre él unos techos abovedados a una altura tres o cuatro veces superior a la de una persona.

En Denver hay otros muchos edificios mayores que el del capitolio, pero probablemente ninguno resulta tan eficaz a la hora de hacer sentirse pequeños a sus ocupantes. Todo ello acentúa el poderío del estado y despierta en el visitante un ánimo de respetuoso sometimiento. En esta imagen se muestra el interior de otro edificio del estado digno de mención, la sala de vistas de un juzgado.

El sitial del juez se encuentra sobre un entarimado que se levanta centrado en un extremo de la estancia. Esta ubicación le faculta para, literalmente, contemplar a sus pies a todos los ocupantes de la sala.

No es esta la única disposición que podría haberse escogido para distribuir los elementos en el recinto. Por ejemplo, podría haberse optado por situar al testigo en el centro, para así haber concentrado en él toda la atención. O, también, haber dispuesto al juez, fiscal, acusado y jurado en círculo. Sin embargo, ninguna de esas distribuciones alternativas habría provocado el efecto perseguido de concentrar la sensación de autoridad y poder en el juez.

En definitiva, vemos como la estética juega un papel importantísimo a la hora de revestir de autoridad a la figura del Estado, una buena estética hará que el ciudadano sea más propenso a aceptar sin mayor dificultad la autoridad estatal.

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